
No es una mentira en sí misma otra realidad distinta. Es una realidad la existencia de varias realidades muy distintas entre sí. Sin embargo a lo que es diferente le llamamos mentira. En realidad, estado de negación para poder manejar nuestra existencia tan distinta.
En nuestros viajes a Brasil, siempre sale la frase jocosa “Huele a mentira”. Acostumbrados por nuestra condición de emigrantes, de turistas, y de haber sufrido los embates característicos del ascenso y descenso social volátil del muy raro sistema venezolano. Habituados a que nuestros sentidos dicten panoramas engañosos impropios a nuestra realidad. “Huele a mentira” es el juego favorito por desentrañar las realidades escondidas para el simple turista y más cuando la realidad de la mayoría en este continente, es sepultada debajo de una alfombra capaz de tapar realidades paralelas por: estética, frustración, incapacidad de cambiar esa realidad.
El hecho: Un estadio de fútbol moderno junto a un tranvía. Empieza el juego: “Huele a mentira”. Mira mas allá de la mentira. Numerosas casitas de cartón escondidas alrededor de las vías del tranvía. Hemos encontrado nuestra bendita “mentira”.
Estas realidades paralelas se escapan a nuestra propia realidad, a veces, no por gusto propio, ni por acto deliberado de nuestra conciencia. Simplemente se esconden de nosotros. Por qué.
Arrastrar una realidad a otra realidad puede resultar de poco encanto para el que se le impone quebrantar la idea de su nada mundo homogéneo. Por ejemplo usar el transporte público tipo bus es una realidad muy común para cualquier ciudadano de Ciudad de Buenos Aires. No hay hora, ni día no fiable ni incomodidad que justifique no usarlo. Pero para el habitante de un pueblo como Foz do Iguaçu, es una realidad a modo de desgracia que solo los de escasos recursos usan. Entonces, un turista porteño acostumbrando a su realidad y asumiendo como única la misma y que pretende usar el bus en Foz do Iguaçu a modo de turista, lejos de levantar la confianza en los usuarios por tal apuesta de seguridad y humildad, es sentenciado al prejuicio de una realidad de rata/mezquino/avaro. La autoexclusión para no enfadar la propia y triste realidad, y así, no sufrir frustración ante el ejercicio mental de contrastar con la realidad de los demás.
Mientras tanto, el turista porteño se da cuenta que la poca frecuencia y la baja calidad del servicio le hace cuestionar su propia realidad particular, no igual al de los demás, insiste como buen estructurado y terco. Es una realidad que vale la pena intentar. Pobre usuario de Foz do Iguaçu, no podrá esconder mucho esa realidad.
Sin embargo ese mismo turista porteño en un shopping de otra parte más adinerada de Brasil, enfrenta otra realidad más distante a la suya y de la que se acaba de señalar. Una clase social alta, ostentosa, acostumbrada a gastar cifras elevadas por cualquier cosa sin regatear. Este turista porteño podría ser de alta clase pero en su realidad, la clase alta no consume ni tiene por sinónimo de su estatus gastar cifras altas por las cosas que consume sin más remedio. En su riqueza, rige el ahorro también. Son ricos, pero ambas realidades se acusan de no ser tales. “Huele a mentira” se dirán.
Resultado: Todos pecan por igual. Mi realidad, tu realidad, nuestra realidad. La única realidad: la negación esconde otras realidades. Si escondemos realidades no las entenderemos, menos interpretaremos. Afinar el olfato, ver más allá de la punta de la nariz, a tal punto de paranoia y desconfiar de toda realidad. Otra realidad: somos seres intentando vivir o ver la realidad, pero no existe la realidad, solo infinitas realidades, de las cuales,sin dudas muchas siempre se nos escaparán.