Historias de la FCJP de la UC en el 2006

Giannina
12 min readMay 6, 2020

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la universidad de la vida, dirían algunos.

Muchos estudiantes de derecho en algún punto de su vida creyeron ser escritores. Empecinada en no ser como los demás, y no vivir de ilusiones, quería escribir pero con fines terapéuticos. Ya han pasado casi diez años de escribir estas historias que empiezan en el 2006. Aún me cuestiono el fin de todo esto. Apenas un pedazo de todo esto.

INFANTIL

No recuerdo mucho el diálogo que la causó, sólo esa frase acertada que creí, imposible pasara.

– “O la ganas, o la empatas, pero nunca pierdes. Seguro serás abogado” –

Todo esto sucedía mientras presentaba una mediocre e improvisada maqueta de dinosaurios como parte de una evaluación de la materia “Ciencias de la Tierra”. Por supuesto, con justificación incluida por tal presentación.

El tono despectivo de esa afirmación, era clara y evidente. No entendía qué era lo ofensivo; ser abogado, o la actitud que ostentaba de poca tolerancia, propia de un vencido. Se trataba de un profesor muy “nulo”, cuyas capacidades parecían ser mayores a los subestimados por sus alumnos. ¿Pudo ver lo que otros no veían, o sólo dijo lo que todos percibían, pero poco relevante resultaba decir?

De repente, se repetía el mismo escenario con otro profesor. En esta oportunidad en una evaluación oral. La profesora de “Física” se sentía engañada con mis palabras exageradas, sin sentido, o poco que ver con la materia evaluada. Simplemente yo sabía lo que me preguntaba, pero no concebía como explicárselo.

– “Yo sé de lo que habla y lo que me pregunta, pero no sé como manifestárselo. Tengo la idea en la cabeza, pero no tengo palabras para sacarlo afuera y responderle con certeza. Disculpe usted tanta franqueza”.

La cara de la profesora era exactamente igual al del profesor de “Ciencias de la Tierra”, y bastó segundos para expresar la misma idea del profesor.

- “Tú vas a ser abogado, definitivamente sí”.

Todo estos acontecimientos se desarrollaban en esa época de la vida donde se cree gozar de ésta, haciéndole creer a los profesores del bachillerato que son pequeños esclavos dispuestos a nuestra formación con la presunción de resultados evidentemente superiores a la obtenido por ellos en sus vidas, dando esto por un hecho, creyéndonos dioses para predecir nuestro rol futuro sumamente exitoso, siendo la verdad que solo éramos grandes bufones, payasos al cual el profesor de guardia se podía reír de a ratos a causa de tanta indolencia e ignorancia junta.

Sin embargo, en medio de toda esa borrachera de soberbia, esas expresiones sin gracia, sin son de broma y aturdidas, me hacían entrever que posiblemente no era una buena idea estudiar Derecho. Aun así, muy pronto me di cuenta después de evaluar mis posibilidades; sólo podría estudiar tan despectiva carrera, pero no parecía tan fácil la apuesta.

Pero dónde he de estudiar tan mal apreciada carrera. Me preguntaba. Mi única posibilidad era entrar en esa Universidad “ilustre” de la región, que vio egresar a mi papá y a gran parte de sus hermanos, y justo gracias a ellos, una pésima imagen gozaba de aquella institución que ni quería ver.

Desesperada intenté en lo casi imposible, en la UCV, insostenible no sólo para ingresar, en su lejanía y todo lo que conllevaba un eventual traslado, pero era lo anhelado por mí, harta de las fronteras diminutas de la región central.

No obstante, evalúe una vez mas mis posibilidades, no existía modo alguno de zafarme. Para peor mal, si disponía no esquivar lo inevitable, esperaba una larga agonía de un año para ingresar, siendo éste, motor de impulsos tan desesperados para intentar en esa especial facultad que detestaba; Ingeniería. No era mi predisposición paterna la que me desmotivaba, era todo lo que me imaginé y no me gustaba.

Finalmente, el tiempo me durmió, me abrazó y no sentí su transitar, para abrir los ojos y ver que allí estaba, intentándolo en la carrera despectiva para la cual sólo servía, en las instalaciones de lo que solía llamarse “DICES” con una muchedumbre llena de esperanzas. Todos parecían tener el perfil para esta carrera tan “deseada”. Con periódicos en las manos, enterados de la precaria situación del país, tal parecía, todos debían estar allí.

Ansiosos esperando el proceso de inscripción para la Prueba Interna de Admisión, pronto la emoción se convertiría en dolor. Un claro desorden del proceso, con toda la intención de su desorganización, dirigidos por unos pseusos voluntarios condescendientes que no parecían tener control. ¿Quiénes eran?, vestían con vestuario de diferentes colores, en otras facultades era uno sólo el color, aquí cada quien bailaba con la mejor opción. Con qué palabra podría calificar esta versatilidad con lo que estos seres cambian de colores sus franelas. Ni idea.

Inmediatamente algunos de la multitud empezaron a bailar a su son, y pasaron por encima de cualquier orden, columna, fila, lista o dignidad del que se resistía seguir un color. La primera prueba, ¿Quién tendría más valor?

Un murmullo débil y poco valiente se escuchó. — “¿esta es la facultad de Derecho?” — “¿Aquí se enseña justicia? — .Hasta el punto del pesimismo total para expresar — ¿Existe la justicia?”. Todo esto pensaban los aspirantes por causa de los extraños personajes pocos homogéneos, sin unidad y poca comunicación entre ellos.

Mientras todos observaban hacia el frente preguntando cuando sería su turno para acabar con la angustia, yo no podía dejar de mirar hacia el lado contrario; una escena como sacada de otoño; muchos árboles y hojas amarillentas secas en el suelo, pero con la añadidura al fondo de un edificio lúgubre, viejo y bastante deteriorado. Llegué a pensar en estado de abandono total, pero en una puerta abierta símil a la de una cárcel, alcancé observar una persona de pie, esperando quien sabe qué. En mi mente pensaba; si abandonada no está, sólo de tramites administrativos se podría tratar, porque nadie lograría permanecer mucho en ese horrible lugar de paredes agrietadas, llenas de capas gruesas de moho pardo, ventanas viejas y rotas, en fin, era perfecto para un escenario de película de terror. Era tan terrible la escena que volteé rápidamente a observar mi frente, empecinada en mi mente como saldría rápido de esto. Sin saber, daba la espalda con esplendo estoicismo a una pequeña parcela de una ignorada realidad.

Así pasaron horas, hasta llegar la noche oscura, muchos no tenían como regresar a esas horas, afortunadamente para los estudiantes de Aragua como yo, existía “La Ruta”. Una vez montados en “La ruta” camino a la ciudad, llovía tormentosamente, los rayos nos caían muy cerca por el valle de San Diego. Tanto obstáculo hecho como de película, obligaba a cuestionar la normalidad de la situación. Si así era un proceso de preinscripción, ser alumno regular, debía ser la locura. Llegamos antes de la media noche a una ciudad donde tales horas para salir estaba vetada y además con el cuerpo adolorido, pero nada comparado con la montaña rusa de emociones que sentía por esos seres de colores ansiosos de una cuota pírrica de poder ganado con la más hipócrita de las condescendencias, pero ¿quiénes eran?.

LA PRUEBA DE ADMISIÓN

Para el día de la prueba interna de admisión, otra vez observaba estas filas de aspirantes, haciendo alarde fascinante e impactante de un derroche de criterio propio y personalidad. Gente con la que quería estar. Era lo único que me daba ganas de seguir, en algo que ya sabía en qué concluiría, en la entrada mía en esta carrera tan despectiva.

Entrado al salón asignado para la presentación, todo parecía sinfonía. Algunos nerviosos, otros indiferentes, y yo, quien respondía desesperados cada pregunta de forma correlativa. Pero con todo lo vivido antes, ¿Cómo no iba a terminar con un show alucinante?

Una aspirante presentó desaire, decía sentirse mal, era obvio y no sé por qué, nadie le creía, ni la profesora de guardia. Alzo su prueba para entregar, pues no podía continuar, ningún punto rellenado se avistaba, y pensé:

– “No hay manera, ésta no entra” –

Solo sabía con certeza quien entraría, esa sería yo misma. Todos los sabían, sólo tenía que convencerme más a mí misma para que se cumpliera la aparente profecía lanzada por aquel profesor con despectivo tono. Y así se cumplió. Así que, en la etapa de inscripción definitiva como nuevo ingreso por la modalidad de Prueba Interna de admisión, venía predispuesta a lo peor escena posible, ya que la anterior experiencia hablaba por sí misma. Pero quedé con las ganas, porque los seres de colores no aparecieron en escena, sólo eran alumnos nuevos con personal administrativo de la universidad.

Por fin éramos recibidos por alguien oficial y no por manos amigas. A pesar de la cola corta, la columna de alumnos no avanzaba, o por lo menos lo hacía con extrema lentitud, y sin visibilidad del inicio de esta nueva tortura. Más cerca se observaba el nuevo quiebre de la cordura. A diferencia de las veces pasadas, los encargados de romper el orden eran algunos padres de los nuevos ingresantes, usando técnicas conocidas en esta sociedad pero que nadie se atreve a juzgar, ya que uno que otro a echado mano de ello, simplemente un elemento más de la cotidianidad, de la venezolanidad. Dar lástima, exponer un asunto urgente, y hasta hubo quien “heroicamente” logró un cupo de ingreso a la universidad ilícitamente, todo argumento suficientemente real, como para crear la duda en su destinatario, ¿será o no verdad la historia planteada? Ahora, lo que no comprendía era el por qué, sólo era una pequeña columna sin complicación alguna.

– “Algún día pasaré, recibirán mis papeles, difícilmente mi entrada puede verse aun más obstaculizada” –.

Y así sucedió, pero sin mayor información, sólo la espera del inicio, inicio que acabaría con las dudas.

AL OTRO LADO DE LA FILA

Mientras me retorcía ante tanta viveza junta, mí mamá se aprovechaba para hacer de las suyas. Socializar era lo suyo, y sentadas en un banco cercano al salón de profesores, donde se llevaba a cabo el proceso de inscripción, observaban con cara de decepción, unas alumnas recién graduadas pasando su última mañana como alumnas regulares avistando “el futuro”. Justo allí mí mamá se quería sentar. Empezó con mucha empatía como de costumbre a sacar información provechosa a tan buenos informantes, cuyos relatos exudaban una impresionante amargura. Estaban recién graduadas y la alegría no parecía llenarlas. A qué se debería, si por más mala que haya sido la experiencia en ningún sitio podía sentirse algo tan parecido. Sus relatos no eran muy diferentes a los vividos últimamente. Pero de sus relatos lo que más resaltaba era su principal rencor: profesores y ciertos alumnos con extraña cercanía aparentemente producto de vínculos conocidos. Especial era el relato de una joven de 20 años, quien ingresó con escasos 15. Por supuesto era muy inteligente, pero según ella, se vio eclipsada por su falta de cercana amistad con sus profesores, quienes descaradamente le expresaban con irónica preocupación su deber de pasar a sus especiales amigos/alumnos.

–“Ese que ves allá, sí él, se la pasa de fiesta en fiesta, no estudia nunca y tiene mejores calificaciones que tú, porque debo”.

Así citaba la chica a su profesor de metodología de la investigación. Mi mamá me llamó y me instó a escucharlas. Pero como toda joven llena de soberbia, yo no quería seguir escuchando, porque las palabras no me hacían entrar en razón, sólo sentía la amargura pesada y desesperante de estas alumnas, y eso tan molesto, no lo quería llevar conmigo, aspiraba hacerme mi propia idea de las cosas. Que los hechos emitieran su sentencia justa. Así que, salí huyendo, mientras ellas seguro decepcionadas, pero acostumbradas a que nadie les tomase en cuenta, pensaban que no lograría escapar, y que debí creer en lo narrado, pues me ayudaría, no a escapar, pero si a estar prevenida a lo que venía.

Luego de aquello, solo quedó esperar el próximo evento: “la bienvenida”, el cual se desarrollaría en el aula magna, y donde algunas charlas introductorias a la carrera se expondrían.

LA BIENVENIDA

Solo se trataba de un acto formal pomposo propio de universidades públicas con presupuestos abultados para desperdiciar, pero de eso tampoco fui advertida. Así que me entretuve observando quienes serían mis nuevos compañeros de clases, pero no hallaba a quienes derrochaban actitud y decisión por la vida. Esos que tenían el periódico en la mano en la fila esperando presentar la prueba de admisión. El que disertaba sobre los problemas del país con un acompañante. A ninguno lo encontré. Todo lo contrario, mucha gente aparentemente indiferente, superficial, sin importar la condición social, raza, credo, pertenencia geográfica.

Ese desconcierto hizo que aquella bienvenida fuera tan larga como una vida, no podía escuchar las palabras que se exponían, discurso catedráticos sobre lo que debería ser lo que estudiaríamos. Mi mamá me regañaba:

– “Si no puedes con esta bienvenida, no imagino cómo con una clase de horas”

Aún menos podía evitar pensar:

– “¿Será que me he equivocado?

La falta de atención y mis limitaciones estaban cercenando fuertemente lo que creía debía ser. Si no podía con ingeniería y tampoco Derecho, entonces con qué podía. Para colmo de males, estos seres de colores, a quien culpaba de mis desatenciones, se hallaban en cada esquina, entregando lo que sería el horario al que vendría, pero yo no sabía cuál era, nadie me dijo a cuál turno me enviarían. Lo que sí sabía, es el día que iniciaba esta nueva vida.

EVITAR LA MUERTE EN ESTE RECORRIDO LLAMADO DESTINO.

Llegado aquel Agosto de 2006, dispuse tomar “la ruta”, aunque por la gran tardanza que tomó ésta al llegar, y que pronto se convertiría en tortura y costumbre, algunos excompañeros del curso introductorio de ingeniería trataron se sonsacarme para aventurarme a la facilidad de ese entonces del servicio privado, pero de la nada salió una necia actitud de permanecer en la espera, que me evitó lo inevitable.

Estos pobres compañeros desesperados por llegar a su destino a tiempo, se encontraron en una tragedia que decían, poco pasaba. El autobús donde viajaban se vio en vuelto en un accidente trágico. Desconocía lo sucedido hasta llegar a la escena perturbadora, similar a la mostrada en los noticieros en esos días en Beirut. Polvo, cuerpos, con el anexo de un carro hecho un manojo de metales retorcidos. Alumnos caminando heridos por la cuneta divisoria de ambos carriles de la autopista. Aquella escena no parecía tener sentido en mi mente con poco recorrido. Una nueva consigna internalizada a partir de ese momento: evitar la muerte en este recorrido llamado destino.

Sin poder pensar en dónde debería estar, pasó todo el camino, hasta llegar a destino. Para variar me lo había perdido, el inicio de clases ya había dado inicio. Quedé con más dudas que con gana de adueñarme de ellas y responderlas de alguna forma.

Después me entero que aquello sólo fue otra charla introductoria, nada extraño se perdió. El inicio de clases era en septiembre. En ese largo mes, me entregué a la comodidad del ocio, nunca reflexioné sobre mis limitaciones resaltadas en la extensa Bienvenida.

CARGAS INMANEJABLES PARA LOS QUE VAN A LA TARDE.

Hasta que por fin se hizo el 26 de septiembre 2006, no sorprendida por su llegada ni por ese día, los nervios y la emoción, la perdí el día en que inicié el curso introductorio de Ingeniería. Sólo esperaba iniciar, llevar una rutina monótona que traería seguridad y paz a mi persona, un inicio que llevaría toda persona. Pero si el ingreso fue una agonía, por qué la estadía debía pautar distinta.

Mi horario no era el adecuado, era el turno de la Tarde y yo nunca había sido informada por aquella funcionaria de DICES que debió notificarme el horario. Tal parece que la asignación de dichoso turno causaba molestia a los nuevos alumnos, (razón de la larga columna que avanzaba lentamente en la inscripción), y la omisión de la información era la mejor forma de dar una solución. Un simple garabato en la planilla de inscripción, según ellos muy legibles, una simple “T” escrita de medio lado, designaba el nombrado horario. Si quería cambiar de turno, tendría posiblemente mentir mucho, más sin embargo no quería sellar mi destino con necias acciones, pondría una ve más lo imposible en las manos de Dios, no entorpecería lo que él tenía dispuesto. Así que entregué a la muy mal encarada encargada (mal encarada por recibir tantas tontas mentiras para los solicitantes tratar de salirse con la suya de estudiar en un turno de lujo), la solicitud de cambio, mientras sermoneaba sobre los beneficios de permanecer en turno al que huía, pues según ella, los profesores consideraban a los de la “mañana” seres malcriados, hijos de papá y mamá (si acaso hay alguien hijo de un mono) y sin grandes responsabilidades. En cambio, a los de la “tarde” se suponía eran personas con cargas y ayuda necesitaban. Pero mi necesidad de cambio no era por gusto. No confiaba en “La ruta”. Temía que en la noche me dejara varada sin escapatoria alguna. Además no entendía por qué, dependiendo del turno cursado, a algunos se les exigía más que a otros. Es la misma Universidad y los mismos profesores, por qué tener tales consideraciones y juzgar que sólo los de la tarde llevaban cargas, al parecer inmanejables para sus espaldas. El caso era que esperar tocaba, mientras tanto, sin solución próxima alguna, no podía hacer otra cosa, ir a clases matutinas, adueñarme como si ese fuera mi destino.

Recuerdo como si fuera ayer, el primer día de clases. Segundo para los demás, pues falté por intentar solucionar lo referente a mi desconocido horario de clases. A simple vista se observaba un hacinamiento extraordinario en el bendito salón, y consecuente falta de pupitres, pero rápidamente localicé uno entre lo que identifiqué como dos grupos muy cercanos a la pared contraria donde se disponía la puerta, justo en el medio se hallaba el pupitre anhelado, un lugar neutro, lleno de soledad, lo que necesitaba para componer mi seguridad. Prontamente hizo llegada otro alumno desesperados igualmente por situarse rápidamente, quien logra la hazaña al final del salón, y mientras hacía su entrada y desfilaba entre dos grupos; los del frente y los del fondo, el situado al frente del pizarrón conformado por puras chicas, se empezó a reír delicadamente. No comprendía ni quería, por eso no entendía, ¿les gustaba? ¿Se burlaban? Si era lo último ¿de qué se burlaban?, indicios de lo que vendría.

Dejé de observar esa dinámica extraña social y dirigí mi vista al frente, y se atravesó en mi perturbado destino la Genio Genial proveniente de otra ciudad, quien también usaba “la Ruta”, y desde allí no recuerdo separación alguna.

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Giannina
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Written by Giannina

Una equis con sabor a Trululú.

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